privacidad en la niñez

Privacidad y pantallas en la infancia

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El uso de tablets, celulares y otras pantallas se ha expandido e intensificado en los últimos años. Esto implica, por un lado, un mayor uso de las pantallas por parte de niñas y niños; por el otro, una mayor exposición en las redes sociales y la consecuente pérdida de su privacidad.

Cualquier persona que haya prestado atención en una sala de espera en la que hubiera niñas y niños, habrá notado que, en los últimos años, aumentó el uso de celulares o tablets para que “se queden quietos”. En general, en algunos espacios suele haber libros, juegos o juguetes para que se entretengan mientras esperan, pero incluso en esos casos, muchas y muchos usan el celular de la persona adulta a cargo de su cuidado para entretenerse. Algunas veces, son los chiquitos quienes lo piden. Otras son los adultos quienes ofrecen el teléfono para calmar las ansias (¿de quién?).

No es raro ver cómo madres, padres o cuidadores les muestran videos a bebés de apenas unos meses para calmar sus llantos, incluso cuando todavía esos bebés apenas están desarrollando su visión y el uso de pantallas en edades tan tempranas está contraindicado. Los colores, los sonidos y el movimiento de la imagen mantiene absortos a los bebés, pero no les ayuda en su desarrollo físico ni cognitivo y puede afectar su capacidad de atención y aprendizaje. Son estímulos con satisfacción inmediata, muy distinto a lo que pasa en el mundo “real” donde deben aprender a esperar, a frustrarse, a aburrirse, a comunicarse e interactuar con los otros y con ellos mismos (con sus emociones, sus sensaciones y sus pensamientos).

En su libro Los chicos y las pantallas, Roxana Morduchowicz cita al psicoanalista francés Serge Tisseron, especialista en la relación de los chicos con la tecnología, y sintetiza cuatro recomendaciones sobre cómo debería ser la incorporación de pantallas como medio de consumo cultural de los niños:

1) Evitar exponer a los bebés hasta los 3 años a las pantallas;
2) Invitar a los chicos de 3 a 6 años a hablar de lo que ven en las pantallas;
3) Educar a los chicos de 6 a 12 años en la autorregulación del tiempo; y
4) No promover un uso exclusivo de pantallas, sino fortalecer la alternancia con otras actividades creativas, deportivas, de ocio y aprendizaje.

Por supuesto que nada en la vida -ni en la crianza-, es tan fácil ni tan preciso o rígido. Es bastante improbable que alguien pudiera aplicar estas recomendaciones al pie de la letra, si quisiera hacerlo. Sin embargo, puede servir como un parámetro para tener en cuenta a la hora de pensar en la incorporación de la tecnología en la vida de niñas y niños, sobre todo el hecho de que no sea el único soporte que se utilice para jugar, entrenerse, aprender y comunicarse.

Comunicación, juegos y desarrollo infantil

Las pautas de la OMS son claras: Durante el primer año de vida, los bebés sólo necesitan comer, dormir y tener actividad física. Se desaconseja el uso de pantallas hasta los dos años y se incentiva toda actividad que promueva la interacción con otras personas, así como con objetos. Los niños pequeños necesitan de la comunicación no verbal mientras desarrollan el habla, por lo que las expresiones faciales, el tono de voz, los gestos y el lenguaje corporal de las personas que los cuidan son centrales para el desarrollo de su comunicación, además de que así se siente acompañado y seguro para expresarse.

A partir de los dos años, el uso de las pantallas debe ser limitado, en la medida de las posibilidades de cada familia. Aunque el escenario presentado a partir de la pandemia por coronavirus alteró la posibilidad de evitar totalmente las pantallas, es importante tomar conciencia de las alternativas que se les pueden ofrecer a los niños para entretenerse sin dispositivos tecnológicos. Desde mezclar témperas y pintar con pincel, hacer masa casera con un poco de harina, o construir una cueva con manteles y una mesa. Una biblioteca puede ser una invitación diaria a explorar aventuras sin necesidad de pantallas. Por otro lado, las pantallas pueden servir para fomentar la interacción en el contexto actual en el que pueden conversar con familiares o mirar algún video musical y copiar los pasos de baile. Pero de ninguna manera el entretenimiento a través de las pantallas deben ser la única opción que se les presente a niñas y niños que están en las primeras etapas de su desarrollo.

Derecho a la privacidad de los niños

¿Pero qué pasa del otro lado? Incluso aquellas niñas y niños a lxs que no se les da una tablet o un celular para que usen pueden tener otro tipo de vínculo con esas tecnologías. Son personas, aunque todavía estén atravesando la infancia, que están creciendo en un entorno en el que cada persona tiene una cámara y micrófono en su bolsillo que permite registrar cada instante íntimo y privado de su vida sin intermediarios. A eso se suma la exposición permanente (e incluso a veces hasta con fines comerciales) en las redes sociales porque las personas responsables de su cuidado publican sus imágenes (sharenting). El mundo les dice que su privacidad no existe y que, además, no importa.

¿Por qué es necesaria la privacidad? La protección de la privacidad de los menores suele relacionarse con protegerlos de peligros que los acechan en internet, como el acoso, la violencia, la discriminación, pero la importancia de la privacidad va más allá. Diferenciar entre lo íntimo (personal), lo privado (para algunos) y lo público (para todos) es un aprendizaje necesario para el desarrollo de una persona. Lo íntimo corresponde al mundo interior de una persona, su singularidad, su personalidad, su identidad, sus secretos y acciones personales. Exponer la intimidad a la mirada ajena y, en gran parte, anónima que ofrece internet no tiene las mismas consecuencias para un adulto -que ya ha formado su personalidad- que para un niño o niña, que está conociéndose y descubriendo el mundo.

Es importante recordar que la privacidad es, además, condición necesaria para gozar de diversas libertades, como pueden ser la libertad de expresión, la libertad de reunión, o, incluso, la libertad de ser y hacer tanto en la vía pública como en nuestros propios hogares. La privacidad es uno de los tantos derechos que tienen niños y niñas. Las personas adultas pueden y deben tener en cuenta su opinión. Un buen ejercicio sería preguntarles: “¿Te puedo sacar una foto?”. Hace poco, después de haber tenido una conversación sobre este tema unos días antes, una amiga me escribió para contarme que por primera vez le había hecho esta pregunta a su hijo de seis años y se sorprendió con la respuesta: –Sí, pero no la subas.

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