Por: Carolina Martínez Elebi

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News #06 | Enero 2021

Sobre el movimiento de Cultura libre (y un plus para pensar en vacaciones).

«Creo que es un compromiso de todos nosotros proteger y cuidar, realmente, las historias que nos contamos, las historias que somos. Y protegerlas y cuidarlas es defender la posibilidad de que esas historias puedan circular libres».
Barbi Couto (TEDxCordoba | 2020).

El tema de la llamada «cultura libre» me atrapó desde la primera vez que leí algo, hace más de 15 años, cuando escribí una nota sobre software libre para el diario La Unión de Lomas de Zamora (el artículo se publicó en internet pero ya no está disponible online, aunque guardo como recuerdo la nota impresa y la versión que salió en el diario en papel). No es mi intención aburrirte si es que ya estás más que empapado/a del tema, pero quiero escribir para aquellas personas que nunca escucharon hablar sobre «cultura libre» o que apenas les suena pero no saben de qué se trata.

Para intentar hacerlo simple, todas las obras creadas por cualquier persona, desde hace ya muchos, muchísimos años, están cubiertas por las leyes de propiedad intelectual: copyright, derecho de autor y patentes son las más conocidas y por las que existen disputas legales millonarias y hay sanciones penales por violaciones a estos derechos. Por ejemplo, en Argentina tenemos la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual, sancionada en 1933, y la Ley 24.481 de Patentes de Invención y Modelos de Utilidad, de 1995. En esta oportunidad, me voy a referir específicamente al copyright y al derecho de autor. Entonces, ¿qué tipo de creaciones comprende la ley argentina?

Artículo 1°. — A los efectos de la presente Ley, las obras científicas, literarias y artísticas comprenden los escritos de toda naturaleza y extensión, entre ellos los programas de computación fuente y objeto; las compilaciones de datos o de otros materiales; las obras dramáticas, composiciones musicales, dramático-musicales; las cinematográficas, coreográficas y pantomímicas; las obras de dibujo, pintura, escultura, arquitectura; modelos y obras de arte o ciencia aplicadas al comercio o a la industria; los impresos, planos y mapas; los plásticos, fotografías, grabados y fonogramas, en fin, toda producción científica, literaria, artística o didáctica sea cual fuere el procedimiento de reproducción.

La protección del derecho de autor abarcará la expresión de ideas, procedimientos, métodos de operación y conceptos matemáticos pero no esas ideas, procedimientos, métodos y conceptos en sí.

Primera aclaración. Como dice la última oración, la protección abarca LA EXPRESIÓN de las ideas, pero NO LAS IDEAS en sí. ¿A qué va esto? A que la famosa frase de «que no te roben la idea» o «me robó la idea» no aplica. Las ideas no se roban ni le pertenecen a nadie. Las ideas son de todos y de todas. Lo que se protege es la expresión de las ideas. Para poner un ejemplo clásico: la idea de una princesa rescatada por un príncipe está expresada en cientos de miles de cuentos, películas, obras de teatro, dibujos, con distintas princesas, distintos príncipes y diversos conflictos. Estas cientos de miles de obras son las que protegen los derechos de propiedad intelectual.

Segunda aclaración. En sus orígenes, se suponía que el copyright y el derecho de autor era para proteger a las obras y sus autores/as, con el fin de que pudieran seguir creando obras. Esto se desvirtuó cuando esa protección pasó a tener un límite de tiempo que excedía la muerte del autor/a porque, bueno, ya no podía crear más nada, pero sus herederos/as seguían y siguen percibiendo ingresos por esos derechos 😒

Tercera aclaración. En el caso de la ley argentina, y que responde a un estándar de protección de copyright y derecho de autor, la protección va desde que se crea la obra hasta 70 años después de la muerte del autor o la autora (o del último/a autor/a que participó de la creación de una obra, como es el caso de las producciones cinematográficas y otras obras en colaboración). Esto no fue siempre así. Antes era de 50 años post-mortem y mucho antes solo cubría los primeros 20 años desde la creación de la obra y después pasaba al DOMINIO PÚBLICO. De hecho, miembros de las industrias culturales (como es el caso de Disney) empujan, actualmente, para que este plazo se extienda hasta 100 años. ¿Por qué? Porque en 2023 entraría al dominio público Mickey Mouse. ¿Qué significa esto? Que podría ser utilizado libremente, lo que tiene bastante preocupado al imperio del ratón.

Cada 1 de enero, entran al dominio público obras y autores/as para lxs que ya se cumplió el plazo de protección. Esto significa que podrán ser traducidos y publicados libremente, sin tener que negociar derechos, lo que muchas veces permite que recuperemos obras de autores/as que quedaron en el olvido y que existan películas, obras de teatro, u otras creaciones basadas en aquellas (obras derivadas). En 2021, estos son:

George Orwell (Rebelión en la granja y 1984).
George Bernard Shaw (Pigmalión).
Edgar Lee Masters.
Cesare Pavese.
Evelyn Bradley (seudónimos: R.R. Ryan, Cameron Carr, John Galton, D. Bradley).

Metrópolis (novela de Thea von Harbou, escritora alemana).
El gran Gatsby (novela de Francis Scott Key Fitzgerald).


Liberen la cultura

Habrás leído o escuchado cientos de veces, al leer un libro o ver una película, todo lo que NO se puede hacer con esa obra porque «Todos los derechos están reservados». A esto, Lawrence Lessig, lo llama la «cultura del permiso», una cultura en la cual los/as creadores/as logran crear solamente con el permiso de lxs poderosxs, o de los/as creadores/as del pasado. Lessig es abogado y profesor en la Escuela de Derecho de la Universidad de Standford, fundador del Stanford Center for Internet and Society y de la organización Creative Commons (que tiene su capítulo argentino). Además, es autor del libro «Free Culture» (que podría traducirse como «Cultura libre» y «Liberen la cultura»). En esta charla que dio en 2014, Lessig explica por qué la ley está ahogando la creatividad.

El libro es central para comprender los problemas y prejuicios que las regulaciones sobre la propiedad intelectual imponen sobre el progreso de la cultura y la difusión del conocimiento en el contexto de la sociedad digital. Lo que Lessig plantea es que la lógica comercial bajo la se están articulando las leyes del copyright es una de las principales barreras para el desarrollo de la cultura y particularmente en el ámbito digital. Como escribí en mi tesis de licenciatura, mientras la tecnología (desde la digitalización, la capacidad de almacenamiento y la conectividad a través de internet) permite y fomenta la cultura de copiar y compartir, que incide directamente en la circulación de la cultura -y la creación de nuevas obras- sin mayores obstáculos, el derecho de autor y de copyright son una barrera artificial, un peaje, que va contra la esencia de lo que nos conforma como Humanidad. La capacidad de crear y disfrutar de la cultura, así como el impulso por compartirla es lo que nos distingue. Somos seres culturales y «nada es más humano que compartir historias», como dicen Henry Jenkins, Sam Ford y Joshua Green en su libro Spreadable Media, de 2013.

Y como dice el artículo 27, inciso 1, de la Declaración Universal de Derechos Humanos:

«Toda persona tiene derechoa tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.»

Escuchar una canción y querer que otrxs la escuchen. Leer una novela, un cuento o una poesía y que se te ocurra hacer un dibujo, una canción, una película, una escultura, o una obra de teatro. Así funciona la cultura, a diferencia de la oposición que se hace de «original y copia», podría decirse que todo lo que creamos estuvo inspirado en algo previo. En su libro, Lessig muestra cómo desde la aparición internet se está librando una fuerte e intensa batalla entre quienes desean controlar este nuevo espacio de creación y difusión del conocimiento mediante mayores y más restrictivas regulaciones sobre derechos de autor, y quienes promueven los principios de la libre circulación del conocimiento y la información, enfrentándose, en la práctica, la idea de una cultura libre ante la del permiso.

Así como escribió el libro, Lawrence Lessig creó la organización Creative Commons –de lo que también participó Aaron Swartz– con el fin de dar herramientas legales a las personas creadoras de cultura para que pudieran decidir de qué manera querían liberar sus obras y qué permisos querían dar para que otrxs las usaran. Como podés ver al final de cada uno de estos correos, DHyTecno está bajo licencia Atribución/Reconocimiento. ¡Liberemos la cultura!

Antes de continuar, no puedo dejar de mencionar que el movimiento de Cultura Libre está basado en la obra de Richard Stallman y la Fundación del Software Libre, sobre lo que trataré en algún próximo correo.


Licencias de Creative Commons

Si sos creador o creadora y querés conocer más en detalle sobre cada licencia y saber dónde encontrar contenido abierto y libre, podés entrar acá.

Aaron Swartz: un breve homenaje

El 11 de enero se cumplen 8 años de la muerte de Aaron Swartz, quien se quitó la vida con apenas 26 años y cada año revivo la tristeza de saber que ya no está. Si no lo conociste o no sabés quién es, Aaron fue un programador, emprendedor, escritor, activista político y hacktivista de internet. Estuvo involucrado en la creación del formato de fuente web RSS (el RSS del newsletter es este),​ el formato de publicación Markdown, la organización Creative Commons, y el sitio web Reddit, entre otras iniciativas.

Se hizo popularmente conocido a través de los medios de comunicación cuando fue acusado por autoridades federales de lograr acceso ilegal a JSTOR, un servicio de distribución de revistas científicas y literarias restringido a suscriptores, y descargó 4,8 millones de artículos y documentos con el objetivo de liberarlos. El caso seguía pendiente de sentencia y sus cargos conllevaban penas potenciales de hasta 35 años en prisión y un millón de dólares en multas.

Aaron fue un activista de la libertad, de la cultura libre, del libre acceso a la educación, a la información y creía fuertemente que las injusticias que había en el mundo podían ser cambiadas a través de la lucha colectiva.

Este breve fragmento del correo es un homenaje a él, porque solo muere quien es olvidado.

🎬 El hijo de internet (The Internet’s Own Boy) – Documental sobre la vida de Aaron Swartz (2014)


Un plus: Ser libre en vacaciones. El derecho a la desconexión

Te preguntarás qué tiene que ver el derecho a la desconexión con la cultura libre. Bueno, nada. Sólo es otro tipo de libertad que, de a poco, fuimos perdiendo desde que se crearon las computadoras personales, los dispositivos móviles y, por supuesto, internet en el hogar y en todos lados. Nos vendieron que es mejor vivir conectados, que «compartida, la vida es más», y entonces fuimos sumándonos a cada vez más redes sociales, y empezamos a pasar cada vez más horas chateando y compartiendo fotos, música o lo que se te ocurra. Si eras adolescente en los 90 o en los 2000, sos de la primera generación de adolescentes que se pasaba tardes o noches enteras en cibers o en su casa -si tuviste la posibilidad de tener internet- jugando online o chateando en el ICQ, las salas de chats o el MSN. Esto fue sólo parte del comienzo. Pronto empezaron las redes sociales, YouTube, las aplicaciones, internet todo el día y en todo lugar, wi-fi gratis en cualquier cafetería o hasta en plazas públicas, y, casi sin darnos cuenta, dejamos muy atrás la idea y la experiencia de «conectarse a internet» (¿te acordás del sonido del dial-up?).

Hace poco recordaba esos años del dial-up en que, previo a conectarte a internet, te ponías de acuerdo en el horario en que ambas personas iban a estar online. Estar conectadx a internet implicaba usar la línea telefónica y era muy costoso. Haciendo un salto temporal al presente, desde ese momento, hoy ya no existe ese momento de estar desconectado, salvo como una excepción: «Se cayó internet», «me quedé sin batería», «no tenía señal». De hecho, así como ante la falta de conexión o conectividad hay personas que sufren lo que se conoce como el Síndrome FOMO (siglas de «Fear Of Missing Out» = Miedo a perderse algo»), hay otras que hacen de la desconexión un «experimento».

Así fue que llegamos, después de años de entrenamiento y naturalización de una vida conectada, a incluir, en medio de la Ley de Teletrabajo que se sancionó en Argentina el 30 de julio de 2020, el artículo sobre el derecho a la desconexión:

Artículo 5°- Derecho a la desconexión digital. La persona que trabaja bajo la modalidad de teletrabajo tendrá derecho a no ser contactada y a desconectarse de los dispositivos digitales y/o tecnologías de la información y comunicación, fuera de su jornada laboral y durante los períodos de licencias. No podrá ser sancionada por hacer uso de este derecho.

El empleador no podrá exigir a la persona que trabaja la realización de tareas, ni remitirle comunicaciones, por ningún medio, fuera de la jornada laboral.

Ahora, si lo pensamos apenas unos segundos, ni siquiera debería haberse llegado a la necesidad de pensar en un derecho así. ¿Por qué? Porque, desde la Ley 11.544 de Jornada de Trabajo, sancionada en 1929, existe el derecho a que la jornada de trabajo no exceda el límite máximo de 8 horas diarias o 48 horas semanales, por lo que, se supone que debería respetarse y garantizarse que ninguna persona trabajadora se vea en la situación de trabajar por arriba de ese límite. Cualquiera debería poder terminar su día y no tener que volver a hacer nada relacionado con su trabajo hasta su próxima jornada de trabajo. Pero esto no es lo que pasa y en 2020, el año de la pandemia que nos recluyó en nuestros hogares, se intensificó.

Suele decirse que las crisis aceleran tendencias que ya estaban en marcha. A través del correo electrónico y de aplicaciones de mensajería, la intromisión del trabajo en la vida hogareña, que ya era una realidad para muchas personas y familias, la cuarentena lo terminó de imponer. Hay frases que suenan cada vez más familiares: “¿Estás ahí?”, “¿podés revisar lo que te mandé?”, “te hago una consulta rápida”, “disculpá la hora, te escribo ahora así no me olvido”. Los ejemplos son interminables. Mensajes que se envían y reciben fuera de la jornada laboral de cualquier rubro, a cualquier hora o día de la semana, por colegas y superiores. No importa si alguien trabaja de manera independiente o en relación de dependencia, si hace teletrabajo o si tiene un horario y un espacio fijo de trabajo.

Se desdibujaron tanto los límites que, según un informe de Randstad Workmonitor del último trimestre de 2019, el 49% de los/as argentinos/as aseguraba que su empleador le pedía estar disponible durante las vacaciones. Es así como el derecho a la desconexión, que se volvió una realidad en Argentina en 2020, emergió como una manera para combatir esta intromisión y garantizar el tiempo de ocio de los/as trabajadores/as y la conciliación entre la jornada laboral con la vida personal y familiar, de manera justa y equilibrada.

El ejercicio del derecho a la desconexión no puede ni debe residir en una responsabilidad individual. No es suficiente con silenciar el teléfono, bloquear notificaciones o poner en modo avión, mientras la demanda del otro lado siga presente. El enfoque debe ser colectivo se debe imponer al sector empresario la responsabilidad de cumplirlo. Lo que busca proteger este derecho es la salud mental de las personas trabajadoras. ¿Por qué hablar de «salud mental»?

Porque cuando nos llega un mensaje de trabajo, pensamos: “Respondo esto cortito y listo”. Existe una expectativa implícita o explícita de que la persona que recibe un mensaje lo lee en el momento y, además, de que la respuesta debe ser inmediata. Según especialistas, esto trae aparejados problemas de salud mental, asociados a una dinámica laboral de conexión permanente.

Es importante destacar que la ley puede no ser suficiente si lo que impera es una cultura de la productividad y el trabajo ininterrumpido. Es fundamental entender la importancia del descanso, del ocio, de conectar con otras actividades y con las personas de nuestro entorno. Pero, ¿por qué es necesaria una regulación? Porque, aunque decidamos no responder ese mensaje que llegó, ya lo leímos, sabemos que está ahí y que acaba de sumar una tarea pendiente para resolver. Ya no pudimos desconectar.

Hace unos meses conversé con Carolina Tripodi, psicóloga de la UBA, que me explicó que a su consultorio llegan muchas personas estresadas, con ataques de pánico o angustia, que sufren por la imposibilidad de cortar con lo laboral. Algunas personas con miedo a ser despedidas, personas mayores con temor a ser reemplazadas, y otras con miedo a quedar mal. Las personas debemos lograr una homeostasis, un equilibrio entre el cuerpo y la mente, explica Tripodi, y “para lograr esto se recomienda descansar, realizar actividad física, tocar un instrumento musical, meditar o realizar cualquier actividad recreativa que permita que la concentración esté puesta en el aquí y el ahora”, dice. Muchos pacientes, explica, consultan cuando el síntoma ya está puesto en el cuerpo, pero sugiere prestar atención a “si baja el nivel de concentración, si estás muy irritable, tenés pensamientos negativos, no estás motivado, estás desganado o tenés agotamiento físico o decaimiento. Son todas alarmas que hay que atender para no llegar a un punto límite extremo”.

Estamos en un mes en que la mayoría de las personas que pueden tomarse vacaciones, aprovechan para tomarse unos días, semanas o el mes entero, para descansar. Ya sea quedándose en la casa o yéndose a algún lado. Sin embargo, no es raro ver a una persona en el medio de la playa revisando sus mails laborales desde su celular, atendiendo llamadas telefónicas en medio de una cena en un restaurante, o poniendo pausa a una película o serie para responder algún mensaje de unx compañerx de trabajo.

Si algo de todo lo que estás leyendo te suena demasiado familiar, espero que esto que te cuento te sirva para revisarlo, cuidarte y cuidar a las personas que quieras, y que puedas aprender a incorporar el hábito de la desconexión y a exigirlo en tu o tus espacios de trabajos: es tu derecho. A quienes se tomen unos días, ¡felices y desconectadas vacaciones! 😎

🎬 Piratería y desarrollo: discursos, historias y política de un amor negado

En el Capitalismo Informacional o Cognitivo «hay un gran consenso respecto de la asociación entre la acumulación de conocimiento y desarrollo económico, pero la utilización de los conocimientos productivos dependen de las regulaciones de propiedad intelectual que determinan quiénes y bajo qué circunstancias pueden acceder a ellos».

A lo largo del video, se aborda la problemática conocida popularmente como «piratería» y su vínculo con el desarrollo económico.

¿A qué se llama «piratería»? Al uso o reproducción de obras del conocimiento productivo, sin pagar por ellas, y sin el consentimiento de «los dueños de esos saberes». Ahora bien, «piratería» sería cada fotocopia que hacemos de un libro para estudiar, cada vez que usamos una canción protegida por copyright o derechos de autor para un video que subimos a internet (ya sea un video casero, familiar, educativo o lo que se te ocurra). «Piratería» también sería si recreamos una escena de una película o de una obra de teatro, ambas obras cubiertas por leyes de propiedad intelectual, y cobramos entrada para recaudar fondos para una causa solidaria.

A través del concepto de «piratería» se ubica en el rol de delincuente a cualquier persona que consume, copia y/o comparte obras culturales sin pagar por esas obras, sin importar si no lo hace con fin de lucro, sino para investigar, estudiar o ejercer su derecho de acceso a la cultura.

La realidad es que las posibilidades legales de uso o reproducción de obras sin pagar derechos de propiedad intelectual y sin el consentimiento de «los dueños» son muy limitadas. Y sí, estamos hablando de las obras que forman parte de nuestra cultura, de nuestro acervo cultural. Con esto no quiero decir que una persona que crea una obra no merezca una remuneración por su trabajo, porque sí, es un trabajo y merecen cobrar por lo que hacen. Pero para profundizar sobre eso entrevisté a Hernán Casciari y lo podés leer en el recuadro más abajo.

Seguimos.

El discurso oficial de las industrias del conocimiento, el arte y el entretenimiento, «basado en la economía neoclásica y que permea en el sentido común», es que la «piratería» es perjudicial para el desarrollo y que las normas de propiedad intelectual (las leyes de copyright, y el derecho de autor) existen con el propósito de proteger a las obras y a sus autores y autoras, que percibirán un porcentaje de lo recaudado en materia de derechos de propiedad intelectual. De hecho, en algunos casos utilizan la expresión «el derecho de autor es el salario», para justificar el funcionamiento del sistema de propiedad intelectual.

En el video explican que, según el discuro imperante, sin la protección de la propiedad intelectual, las empresas no invertirían en la creación de nuevas obras ante el riesgo de que otras personas o empresas se apropien gratuitamente de esas creaciones.

Sin embargo, la evidencia histórica resulta diametralmente opuesta al discurso dominante… Los individuos y sectores exitosos en la acumulación de conocimiento se han beneficiado AMPLIAMENTE de los conocimientos impagos y lo han hecho a través de regulaciones que toleraban o, incluso, estimulaban diversas formas de «piratería».

Algunos ejemplos mencionados en el video (aunque les recomiendo que, si les interesa conocer más, lo vean completo):

🔵 La primera legislación moderna de propiedad intelectual es el Acta de Venecia de 1474, a través de la que «se concedían patentes no tanto a quienes inventaran artefactos desde la nada sino ante todo a quienes trajeran a esa ciudad saberes prácticos desarrollados en geografías distantes». De hecho, la etimología de la palabra «inventar» significa «hacer venir» y no «crear».

🟡 Inglaterra, fines del siglo XVIII. La Revolución Industrial también se sirvió de la piratería.

🟢 Los derechos de autor. «La estrategia de un editor de libros consistía en santificar los derechos del autor que representaba y soslayar o negar abiertamente los de los escritores editados en otras jurisdicciones». Esta práctica europea tomó vigor en los Estados Unidos durante el siglo XIX, que aprovechó la lejanía territorial: los editores norteamericanos «amasaron fortunas publicando libros de autores británicos a los que no compensaban económicamente, como Dickens.

🟣 Estados Unidos modificó su posición cuando las obras creadas por autores propios comenzaron a verse copiadas en otras latitudes. Un caso paradigmático fue el de Mark Twain y su libro «Las aventuras de Tom Sawyer», que fue pirateado en Canadá y esas ediciones ciruclaron masivamente hacia los EEUU. Esta situación, que comenzó a repetirse en diversos tiempos y lugares, marca el pasaje de la defensa de la piratería a su persecución.

Otros ejemplos desarrollados en el video:
👉 El taylorismo en la industria.
👉 El surgimiento de Hollywood.
👉 El desarrollo de la industria química norteamericana.
👉 El desarrollo de la industria tecnológica.

Quienes crecieron y fueron exitosos gracias al uso impago del conocimiento de otrxs, luego impusieron las barreras de la propiedad intelectual para que otrxs no pudieran realizar el mismo camino. La propiedad intelectual como un peaje para aquellas personas que estaban comenzando a andar. La pregunta, al final, es si «desde las periferias debemos seguir el camino que los actuales exportadores de propiedad intelectual nos prescriben y dicen haber seguido o el que recorrieron efectivamente».

3 preguntas a Hernán Casciari

Casciari nació en Mercedes, provincia de Buenos Aires, en 1971. Es escritor de novelas y cuentos, y el 30 septiembre de 2010 renunció públicamente a las editoriales Mondadori, Plaza & Janés, Grijalbo y Sudamericana, y a los periódicos El País (España) y La Nación (Argentina), para embarcarse en proyectos autogestivos. Es fundador de la Editorial Orsai, director de la revista Orsai (de crónica periodística), y, desde 2012, empezó a contar sus cuentos en radios y televisión}. En 2020, en el marco de la pandemia, lanzó sus presentaciones vía streaming, con entrada, que también pueden verse en YouTube. En 2021 se embarcará en la producción de la película basada en la novela «La uruguaya» de Pedro Mairal. Todos sus libros se distribuyen bajo licencias de Creative Commons y están disponibles en formato digital de manera libre y gratuita. Te recomiendo, además, esta charla sobre «Cómo matar al intermediario».



¿Por qué elegiste distribuir tus obras bajo licencias Creative Commons?

Seguramente, porque empecé a escribir cuentos en un blog sin ningún tipo de expectativa ni con ningún tipo de estrategia. Se hizo un poco conocido, entre comillas, dentro de un pequeño círculo. Me acuerdo que yo vivía en España y era el año 2004, se enteraron las grandes editoriales, me contrataron, y lo primero que me dijeron fue «te vamos a publicar esto que escribiste en internet», que era una pequeña novela que yo escribía con los borradores a la vista de todo el mundo, «pero para poder publicarlo, lo tenés que sacar de internet», y yo dije «no, si ya está escrito, ya lo regalé». No puedo tocar el timbre de alguien a quien le hice un regalo y decirle «mirá, me lo tenés que devolver el regalo porque ahora lo voy a empezar a vender». Me pareció muy raro, les dije que no y, en ese momento, entendí que el copyright era extraño. Yo no tenía una relación con todo ese tema, pero entendí que era raro y descubrí que había otras alternativas, como el copyleft. Entonces, empecé a indagar un poco en eso y me pareció que tenía muchísimo más que ver con mi forma de pensar. Empecé así, medio como de casualidad, tratando de ver qué mundo me hubiera gustado a mí y, obviamente, me gustaba mucho más el mundo de la participación y no el de la exclusividad.

¿Qué le dirías a un escritor o escritora sobre el valor de la cultura libre? ¿Lo recomendarías?

Yo, generalmente, lo aconsejo al que va a empezar, al que está empezando, al de la vocación incipiente, al que no sabe todavía cómo arrancar. Lo aconsejo mucho. Lo he dejado de aconsejar al que ya tiene una postura al respecto porque estoy en una edad en la que no tengo ganas de discutir. O sea, si ya te gusta lo otro, listo. Hace 10 o 15 años era más efusivo, más evangelizador, más talibán. Trataba de convencer a todo el mundo. No sé si es porque estoy viejo o porque entendí, en el camino, que no vas a convencer nunca a nadie que ya está convencido de algo. Trato de charlar más con la gente joven y no con la gente de mi edad porque me cansa. Pero sí, al que recién está empezando y me pide un consejo, digo mi experiencia. Estoy muy a favor y sé que tiene inmensas ventajas. Pero me entiende el que ya sabe. El que no sabe, termina diciendo «pero el tuyo es un caso excepcional» y ya cuando me dicen eso no quiero saber más nada.

Hay una ventaja inicial en el copyleft que tiene que ver con que te vas a encontrar con mejor gente en el camino. Y cuando eso es lo que más te importa en la vida, es fundamental. En la exclusividad, en el que pone fronteras, en el que te dice «hasta acá», en el fondo hay alguien a quien le encantaría tener una corbata puesta. Me parece que son maneras de determinar con quién querés tomar mate y con quién no, más que otra cosa. Me parece que es una ventaja de irte a dormir tranquilo. Saber que estás haciendo y dejando algo, por más chiquito que sea. Es mejor, no sé por qué, pero decididamente es mejor que las cosas sean libres, por la razón que sea. Ya la palabra es mejor. Me parece que lo exclusivo, lo único que te da es un aura de codicia.

Desde la industria suele decirse que los derechos de autor son el ingreso del escritor. ¿Cómo ves vos el tema económico de los autores y la sustentabilidad del trabajo del escritor? ¿Qué formas encontraste vos para obtener ingresos por tu trabajo?

Yo entiendo que el derecho de autor está muy arraigado para el artista que produce un hecho artístico pero no está arraigado para el carpintero que produce una silla. Es una cosa que a mí me resulta, personalmente, muy extraña. Que un carpintero me pida dinero cada vez que me siento en su silla, o en la silla que él creó, me parecería muy extraño, y también me parecía muy extraño, en el año 2009, para usarme a mí como ejemplo, que cada vez que (Antonio) Gasalla decía un texto mío, y hacía un esfuerzo en un teatro, yo recibiera dinero. No me parecía bien, no estaba de acuerdo yo con eso. En un momento, Gasalla llegó a hacer seis funciones por semana, los sábados a las 20:30 y a las 23:00, y un día tuvo tanto éxito que no sé si por decisión de él o del productor, los domingos también hacía dos funciones. ¡Y yo me enteraba porque cada vez tenía más plata yo! O sea, no me avisaban. Yo decía «che, ¡¿qué pasó este mes?!» y me decían «es que Gasalla trabajó muchísimo más, entonces vos tenés más plata». Rarísimo. Un sistema injusto de trabajo. No me parecía bien que los actores que acompañaban a Gasalla ganaran un sueldo y, en cambio, yo, que había escrito entre 2003 y 2004, con mucha tranquilidad y sin ningún tipo de expectativa, tuviera cada vez más dinero. No me parecía lógico eso, y me parece que a nadie debería parecerle lógico. Me parece que hay que redistribuir mejor esto.

Sobre las formas de obtener ingresos, me parece que la persona que escribe tiene que empezar a parecerse un poco más al músico. Tiene que empezar a darse cuenta de que su dinero está en el modo en que cuenta eso que inventó y ahí sí estoy absolutamente a favor de la retribución y de vivir de eso. Levantate temprano y andá a laburar. Eso de escribir una canción muy famosa e irte a dormir y que vos, tus hijos y tus nietos cobren de eso, no me parece. Me parece injusto para mucha otra gente. En cambio, si te levantás a la mañana y la vas a cantar todas las noches, cobrar por eso me parece bárbaro. Y algo que sí me parece que deberíamos aconsejar a los que recién empiezan a escribir historias es que aprendan a contarlas también, que aprendan a matizar su voz, a modular. Porque contar tu historia no es solamente escribirla; es que en cualquier ámbito, en cualquier lugar, con lluvia, con sol, con mucha gente o con poca, tenés que saber interpretar eso que estás contando. Habrá multitud de plataformas y herramientas que van a multiplicar gratuitamente eso que escribiste. Ahí no es donde va a estar tu plato caliente de todas las noches. Pero hay algo que nadie más que vos va a poder hacer, porque sos el autor, que es decirlo. Eso tiene mucho valor para el otro. Puede haber catorcemil fotocopias de lo que escribiste, pero nunca nadie va a tener la voz del que inventó esa historia al lado, teniendo la experiencia momentánea del cuento. Hay algo mejor que el copyright que es que el autor no se siente a contar el billete, sino sus obras.

🔥 Bonus track

  1. «Proteger nuestra cultura es liberarla». Recomiendo mucho esta charla que dio Barbi Couto, editora en Ediciones de la Terraza, para TEDxCordoba, sobre cómo afectan las leyes de Propiedad Intelectual a la circulación de la cultura, principalmente en la era de la digitalización y de internet, ya que compartir historias a través de internet implica digitalizarlas y compartir copias, algo que está prohibido por ley. En su exposición, Barbi se refiere a la «criminalización del lector» por parte de las campañas públicas que dicen que un/a lector/a es un/a criminal por compartir lecturas.

📚 Para leer

Cultura libre. Cómo los grandes medios están usando la tecnología y las leyes para encerrar la cultura y controlar la creatividad, por Lawrence Lessig (2004). Disponible acá.
Monopolios Artificiales sobre Bienes Intangibles (MABI). Los procesos de privatización de la vida y el conocimiento, por Fundación Vía Libre (2006). Disponible acá.

Espero te haya resultado interesante este correo. Cualquier comentario, duda o sugerencia que tengas, escribime. A mí también me gustaría recibir un mensaje tuyo 🙂

¡Que tengas un lindo comienzo del 2021!
Te vuelvo a escribir en marzo (yo también necesito un período de desconexión 😉).

Gracias por estar ahí.

Carolina

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